Introducción a un arte milenario
La Medicina Tradicional China integra un conjunto de saberes médicos de la antigüedad que ayudan a solucionar los problemas de salud de las personas. Los tratamientos estimulan puntos energéticos del cuerpo para mejorar diferentes síntomas o padecimientos, que van desde las dolencias físicas hasta el desasosiego mental y la grieta emocional.
Son varias las técnicas que componen el universo de la Medicina Tradicional Chinas, pero las más utilizadas son la acupuntura, que estimula los puntos energéticos mediante agujas; el masaje tuina, donde el sanador o sanadora usa sus propias manos; la moxibustión, que utiliza la quema de plantas medicinales para introducir calor en el cuerpo; y las ventosas, que consisten en la aplicación de presión al vacío.
Esta práctica médica va más allá del solo conocimiento de las leyes y procedimientos: es un arte de la sanación; implica ser un mediador entre el cielo, la tierra y las personas que se ven influenciadas por esas fuerzas. Es por ello que, para el pueblo chino, se trata de un arte sublime.
Del Tao a la ONU
Basada en los principios filosóficos del Taoísmo y el Confucionismo, la Medicina Tradicional China no se basa en la enfermedad, sino en el restablecimiento del equilibrio interior. Así, además de sanar el dolor desde la raíz, otorga un bienestar más amplio y duradero, que abarca, por ejemplo, paz mental.
Esta visión holística del ser humano se fundamenta en las teorías del Ying Yang y de los cinco elementos, según las cuales el cuerpo físico es apenas uno de los repositorios en los que habita la vida.
Para los antiguos chinos somos mucho más que carne, huesos y piel; somos energía. En nuestro interior contenemos cientos de canales energéticos, de modo que al estimular puntos estratégicos se puede sanar todo lo que está deteriorado.
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Estos conocimientos milenarios han demostrado ser efectivos en el tratamiento de numerosas dolencias y enfermedades.
La Organización Mundial de la Salud reconoció los beneficios de la Medicina Tradicional China en 1975, y las Naciones Unidas lo constataron nuevamente en 1979.